PULSO

Eduardo Meraz

Mientras a los militares los ponen a jugar carreteritas, asignándoles la tarea de repararlas, las de carácter federal, en el sur y sureste del país, en el noreste el crimen organizado se llena los bolsillos de dinero con el “atípico” negocio del secuestro de migrantes.

La guardia nacional y las autoridades migratorias brillan por su ausencia, como quedó de manifiesto con el secuestro de 31 migrantes, el pasado fin de semana, en Tamaulipas y que hoy fueron devueltos -no rescatados-, tal vez por el “sigilo” en la actuación de las fuerzas del orden federal y estatal.

De poco y nada ha servido la versión cuatroteísta de la MBP (Mexican Border Patrol), que ni contiene, ni rescata a las personas deseosas de llegar a Estados Unidos, en busca de opciones diferentes a las prevalecientes en sus naciones.

A las autoridades migratorias y a la guardia nacional mexicanas se les identifica más como integrantes del esquema de “peaje”, el derecho de tránsito por territorio nacional, e incluso con vínculos con los malhechores dedicados al secuestro y trata de personas.

Ciertamente, México no necesita construir muros o vallas para frenar el flujo migratorio, como señala la chica de la cola de caballo, sobre todo centro y sudamericanos. Basta, en este caso -como en muchos otros- hacerse de la vista gorda y que lo atípico se vuelva endémico, a pesar de los más de 25 mil elementos destinados a labores de contención, convenidos -impuestos- por el gobierno de Estados Unidos.

La privación ilegal de migrantes es una problemática que se comete con mayor frecuencia en municipios fronterizos de Tamaulipas y las agrupaciones criminales se llevan, de forma atípica, a 10 o 15 al día, aseveran activistas y ministros de culto de dicha entidad.

El argumento de la pobreza en los países al sur del río Suchiate ha ido perdiendo sentido si se toma en consideración el crecimiento económico de la subregión, mayor al alcanzado por México en el último año; aún con los incrementos salariales otorgados a los trabajadores mexicanos en los últimos años, no igualan las percepciones de sus semejantes en naciones centroamericanas.

En el fondo la “declinación democrática” y el mayor protagonismo de las organizaciones criminales que se vive en varios países de América Latina, incluyendo a México por supuesto, son las nuevas razones que han forzado la salida de numerosos contingentes de habitantes del subcontinente, en busca del “sueño americano”.

En el caso mexicano, a pesar del “milagro cuatroteísta” -vamos requetebién-, la huida de compatriotas se ha mantenido constante y, de una manera u otra, es festinada por el presidente totalmente Palacio Nacional, al presumir el monto de las remesas enviadas desde el extranjero, como si fuera un logro de su gobierno y no una demostración de su inoperancia.

Desde el multiverso de los otros datos, el presente sexenio es lo más mejor del mundo mundial, pues ninguna nación cuenta con un sistema de salud como el mexicano, ni en ningún lugar se construyen obras de infraestructura de la calidad nuestra.

Y, sin embargo, a pesar de tales maravillas que pueblan la mente del narcisista palaciego, estamos muy lejos de observar un retorno significativo de mexicanos desde el país vecino del norte, y mucho menos la existencia de una corriente de migrantes por quedarse en México, ni siquiera como plan B.

A menos que estemos frente a una marea invisible, donde la entrada, permanencia y salida del territorio nacional de migrantes se hagan con sigilo y las autoridades no se percaten de ello, pues sería la única manera de evitar la respectiva exacción.

He dicho.

 

EFECTO DOMINÓ

Las diferencias existentes al interior de los órganos electorales parecieran insalvables. Por el bien de la democracia, es menester esfuerzos adicionales de sus miembros, tanto en el INE como en el Tribunal Electoral.

 

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