La llegada de la marihuana al continente americano fue a través de México. El inicio se dio con el comercio con los países asiáticos, en la Nao de China, cuando los marinos llevaban consigo la yerba para poder soportar las largas y difíciles travesías, de mayor duración y dificultad que las que se hacían a Europa. Fue de esa manera como la conocida “juanita” llegó a nuestro país.

En la Nueva España se empezó a usar, considerándola un producto natural que producía estados de buen humor.

Durante la independencia de México se empezó a consumir en el ejército, para hacer más llevadera la vida en el frente de batalla. Con el triunfo de la Independencia, se le propuso a Agustín de Iturbide prohibirla, pero además de que era un asiduo consumidor de ella, se negó a hacerlo por considerarla un producto auxiliar en la relajación y generador de un ambiente afable.

En el siglo XIX, se empezó a utilizar en las cárceles para tranquilizar a los reos, con un gran éxito; pero la sociedad conservadora, especialmente al final del siglo, en el porfiriato, la veía con desdeño y la consideraba un producto para las clases bajas, perdidas en el vicio.

Los primeros actos de persecución del estupefaciente se hicieron a principios del siglo XX por Félix Díaz, sobrino del dictador, que como inspector de policía hizo la primera incautación en un taller de la ciudad de México (la reseña sobre el tema se puede leer en el libro La Ciudad Oculta 2, del periodista Héctor de Mauleón).

En la Revolución, el malo de la historia, Victoriano Huerta, fue asiduo, no solo al alcohol, sino a la marihuana (la canción mexicana de “La Cucaracha” se refiere a él); lo que hizo que el producto fuera aún más rechazado por las elites revolucionarias.

Fue en 1920 cuando Venustiano Carranza la prohibió, convirtiéndose en la primera droga perseguida de nuestro país, cinco años antes de que se revisaran sus efectos a nivel mundial en la convención de Ginebra; mientras que las drogas fuertes, como la cocaína, heroína y opio se consideraban productos de los artistas y se permitía su consumo.

En el fondo, la marihuana fue un producto ejemplo de la discriminación y segregación social tan tradicional de la historia de nuestra nación. Por sus usos iniciales –en el ejército y las cárceles– y su bajo costo en comparación con otras drogas, se estigmatizó como una droga de la perdición y se consideró su uso como causa de la marginación social y no como un síntoma del problema.

En 1936, en la presidencia del General Lázaro Cárdenas del Río, el psiquiatra Leopoldo Salazar Viniegra, luchó por su relegalización. Después de un estudio exhaustivo que hizo en el hospital psiquiátrico de La Castañeda, en Mixcoac, lanzó una campaña para su desestigmatización y otras drogas tratando a la adición como enfermedad y no como delito.

En una de sus pruebas, invitó a importantes científicos e intelectuales de la época, a darse un “pasón” y demostró que la marihuana no generaba agresividad y que su adicción era cuestionable, lo que impulsó al gobierno a crear una ley que permitió su consumo… pero no por mucho tiempo…

Estados Unidos, a pesar del desastre que fue la “Ley Seca” (1920–1936) inició una campaña de desprestigio del investigador y presionaron a México para que volviera a hacer el consumo de la marihuana ilegal.

Así que la ley fue derogada en 1940. Y desde entonces su persecución ha enriquecido a narcotraficantes y representantes de la ley; creando canales de narcotráfico que posteriormente se han usado para el comercio de drogas mucho más peligrosas, además el ambiente de violencia –que bien conocemos– y la muerte de miles de ciudadanos.

Desgraciadamente ya es demasiado tarde para eliminar los problemas de violencia e inseguridad social con la promulgación de una ley de consumo recreativo de la cannabis.

Pero podrá ser al menos un primer paso para disminuir los niveles de violencia que nuestra nación sufre, como lo mencionó Tania Ramírez, de la organización México Unido Contra la Delincuencia. 

 

Por Abel López Jiménez