Por Monserrat Californias

En la miniserie Ángela, la protagonista vive episodios de violencia de pareja que incluyen menos contacto con el exterior, ansiedad visible y moretones en la piel. Al intentar terminar la relación, su pareja la cataloga como “loca”, un claro ejemplo de gaslighting o luz de gas, donde se deslegitiman sentimientos y percepciones para controlar psicológicamente.

La historia se intensifica cuando la manipulación alcanza tal nivel que Ángela es internada en un hospital psiquiátrico por supuestamente perder la cordura. Sin embargo, esta ficción refleja una realidad común: las mujeres no necesitan ser internadas para enfrentar el gaslighting; basta una frase o comentario reiterado que cuestione su salud mental.

Erika Díaz, psicóloga de Redapsi, define el gaslighting como “una violencia sutil, muy normalizada, que ejerce un hombre a una mujer por su posición de poder”. Sus tácticas invalidan emociones, provocan dudas internas como “¿Seré yo el problema?”, y hacen que la víctima se disculpe por expresar lo que siente.

El término proviene de la obra y película Gaslight (1944), donde un esposo manipula luces y hechos para convencer a su esposa de su desequilibrio. Al aislarlas de sus redes de apoyo, las víctimas terminan en un mundo donde la realidad se distorsiona, un recurso usado tanto en la ficción como en relaciones reales de poder.

En Ángela, esa violencia remata cuando una denuncia anónima expone su vida y se intensifica el control. La manipulación se vuelve tan profunda que ella pierde la certeza de lo que es real, atrapada entre el rol de madre que debe proteger a sus hijas y el ambiente de abuso que permea su hogar.

El gaslighting suele describirse como una amabilidad engañosa que encubre manipulación, parte del ciclo de abuso. Inicia con tensión emocional, puede escalar a violencia física, sigue con manipulación mental que desestabiliza a la víctima, y termina con disculpas, promesas de cambiar y gestos que reanudan el conflicto. 

Este tipo de violencia psicológica puede pasar desapercibida, pero está reconocida por la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. Tiene efectos devastadores como aislamiento, baja autoestima, ansiedad e incluso suicidio. Detectarlo y romper el silencio es clave para romper el ciclo del abuso.